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IES Maestro Gonzalo Korreas

Viaje cultural a París

Por suerte, un año más hemos podido hacer el viaje cultural a París. El año pasado, mientras estaba allí con los alumnos, uno de ellos me sorprendió con la siguiente pregunta: “Profe, ¿Y tú no te aburres de venir todos los años a París?” Mi respuesta fue casi inmediata: “Pues la verdad es que no. Una ciudad como París es tan sorprendente que siempre que se visita se la ve de forma distinta, se descubre algo nuevo.” Si eso me pasa a mí, quiero creer que para nuestros alumnos, muchos de los cuales la visitan por primera vez, el impacto es bestial. 

Quizás lo primero que les llama la atención son las grandes distancias que hay que recorrer o el agobio que produce coger el metro, en el que tantas personas suben y bajan con un ritmo frenético. Esa sensación de enormidad así como el peso de la muchedumbre la volverán a experimentar en lugares como el Museo del Louvre, la catedral de Notre-Dame, las escaleras que en Montmartre llevan hacia el Sacré Coeur o la Torre Eiffel. Sin embargo, el impacto que producen estos edificios y las maravillas que encierran compensan de sobra las caminatas, las colas y el cansancio. La primera visión de la torre Eiffel desde Montmartre con París a los pies es impagable, igual que lo es entrar en el Louvre, en Notre Dame, en la cúpula de los Inválidos, en el Museo de Orsay o en el sacrosanto Panteón. Son lugares míticos, mágicos y universales que forman parte de nuestra cultura occidental y solo así se puede entender, por ejemplo, el impacto que tuvo el incendio de la catedral parisina en todo el mundo. 

Junto a estos monumentos visitamos otros menos conocidos y de factura más moderna que nos mostraron el dinamismo de una ciudad en constante transformación: La zona de La Villette, donde se levantaban los antiguos mataderos de París, reconvertida en un inmenso parque con canales en cuyo centro se alza la Ciudad de las Ciencias y la Industria, presidida por la hechizante Geoda; o el barrio de la Defensa, la moderna “city” parisina que no para de extenderse hacia el oeste, poblada de enormes torres de cristal agrupadas en torno al gigantesco Arco de la Defensa,  el extraño Centro Pompidou con sus llamativos colores y su aspecto de edificio eternamente en obras o el Centro Comercial des Halles con su espectacular cubierta denominada  “La Canopée”.

Pero París también nos ofreció lugares mucho más tranquilos como los jardines del Palais Royal,  el jardín del Luxemburgo o la plaza de los Vosgos (la plaza de Lady Bag, como la llamamos cariñosamente entre nosotros); lugares para descansar y disfrutar de un día de primavera. Sin olvidarnos, claro está, del Trocadero de noche, donde la torre Eiffel despliega toda magia. 

Si a todo esto le sumamos la compañía y alegría  que dan los amigos es imposible no tararear junto con Maurice Chevalier aquello de 

“Paris sera toujours Paris, la plus belle ville du monde…”